La participación de la mujer en todas las épocas y en todas los espacios privados y públicos ha sido y sigue siendo predominantemente destacado. Sin embargo, algunas culturas de la antigüedad le han dado un valor muy acotado siendo muchas veces victimas de serias afrentas. La respuesta de nuestro Dios a estas condiciones fue darles a las mujeres lugares de preeminencia y premisas extraordinarias que alcanzarían el final del tiempo. Por ejemplo, Sara, esposa de Abraham, una mujer
condicionada por su esterilidad es distinguida con las palabras: “Serás madre de naciones”, de lo cual, hoy, nosotras somos parte. Somos hijas de aquella promesa, que recibimos por fe.
Asimismo, la mujer fue honrada por Jesús, pues acompañaron y apoyaron su ministerio, en múltiples ocasiones lo leemos en los evangelios como seguían su trabajo, al mismo tiempo, restaura la posición de ella en la sociedad, ejemplo nos da cuando habla
con la samaritana, a quien le da las nuevas de que El era el Mesías, en otro momento cuando sana a la mujer que toco su manto, llamándola “Hija”. En conclusión, Dios siempre tuvo en alta estima su creación, hecha a su imagen y semejanza, nos amó tanto que no subestimo enviar a Jesús por nosotras. El amor de Jesús, su compasión, es lo que nos impulsa a levantar su bandera en alto. Es la razón que nos mueve a trabajar, servir, alentar.